—492→ —493→
La colección «El escritor y la crítica» ha venido ofreciéndonos, junto a volúmenes dedicados al estudio de primeras figuras de nuestras letras, otros que mediante esa recopilación y recuperación de artículos fundamentales arrojan luz sobre movimientos y épocas literarias: El Modernismo, El Simbolismo, El Surrealismo o Novelistas españoles de posguerra nos van trazando el devenir de la literatura española en nuestro siglo. Lo peculiar de la obra en dos tomos que aquí reseñamos está en fundir el interés por esa singular dirección que adopta la novela en el primer tercio del siglo con su concreta realización por los cuatro escritores más representativos. Los dos volúmenes de La novela lírica ofrecen una visión selectiva de las obras de Azorín, Miró, Pérez de Ayala y Jarnés, orientándolas en el sentido apuntado por el rótulo unificador; y lo que de ello resulta es un estimulante análisis de lo mejor de la novela española del período señalado y una propuesta interpretativa abierta a nuevas posibilidades.
Tal vez llame la atención en nuestras latitudes ese concepto, «novela lírica», escasamente utilizado y casi siempre con cierta vaguedad e imprecisión. El autor-recopilador, en su interesante —494→ prólogo, afirma que no es su intención «poner en circulación una nueva falsilla», sino «aplicar a nuestra literatura una categoría que conviene a la naturaleza de los autores mencionados y otros tantos coetáneos [...] y que ya es de uso crítico común en el ámbito francés, alemán o anglosajón». La dificultad, por su complejidad, se presenta a la hora de definir tal tipo de narrativa, precisamente por no responder a una forma específica de novela, sino a varias configuraciones que no se excluyen entre sí y que, además, pueden aparecer por separado en obras no «líricas». Y no es sólo el especial tratamiento del lenguaje, personajes y asunto (la «exquisita calidad de los demás ingredientes» con lo que, según Ortega, debía el novelista compensar la penuria temática) lo que puede delatar la índole de tal novela; Darío Villanueva apunta cuatro rasgos fundamentales: el autobiografismo, el fragmentarismo, el tratamiento del tiempo y el papel del lector como cocreador.
El autobiografismo es, tal vez, la más acusada característica, pues es común a buen número de novelas de los cuatro autores (las del ciclo de Antonio Azorín, Alberto Díaz de Guzmán, Julio Aznar o los protagonistas que, como Félix Valdivia, aparecen en las novelas mironianas de la primera época y, desde luego, Sigüenza) en las que la conciencia del personaje percibe y recrea esa realidad que lo rodea; es la conciencia desde la que vemos el mundo que se nos narra, la que unifica la obra y da razón de cada uno de sus elementos. Nos encontramos ante una manifestación del Bildungsroman o novela del aprendizaje, y en ella los incidentes episódicos son sustituidos por meditaciones que dan cuenta de los estados de ánimo, de las crisis emocionales o de conciencia, con lo que esta novela lírica queda asociada con otra denominación muy propia del período: novela intelectual.
El procedimiento formal del fragmentarismo produce dos efectos que potencian la entidad poética del relato: el «aniquilamiento de la trama bien urdida» de la novela decimonónica, puesto que el desarrollo de la línea argumental según coordenadas causales y temporales queda sustituido por un texto articulado en unidades ínfimas, rompiendo el continuum temporal; y la —495→ potenciación del interés por la expresión lingüística en detrimento del interés argumental, favorecido por la reducida extensión de los capítulos. El lenguaje deja de ser instrumento para convertirse en fin: la denotación queda reemplazada por la connotación. «Cada una de las páginas de la novela puede ser ahora objeto de una atención especial» pues la obra queda concebida «como la suma de momentos felices, de ‘epifanías’ en cuya óptima plasmación la intensidad estilística es fundamental».
El tratamiento del tiempo, factor esencial de toda la composición novelesca, es un destacado procedimiento constitutivo de la novela lírica. Dos manipulaciones del tiempo señala el profesor Villanueva: la «ruptura de la fluencia temporal hacia adelante», la adopción de una actitud retrospectiva en la que desde un presente estático y contemplativo se rememora, con lo que el pasado queda cargado de subjetividad; y «la indiferencia ante el sentido durativo del tiempo», pues el carácter no progresivo de la obra, provoca en el lector la misma sensación que experimenta ante un poema. El espacio suplanta al tiempo -como con frecuencia sucede en Miró-; lo sustantivo prevalece sobre lo verbal; la contemplación, sobre la acción.
Este tipo de novela modifica, pues, el papel del lector, que de espectador se convierte en co-creador del universo narrativo: se apela a su sensibilidad para que no sólo observe, sino que se identifique «con la subjetividad que lo llena todo».
Ha sido necesario detenernos en el sustancioso prólogo puesto que ilumina de nuevo y da un adecuado sentido a la recopilación de artículos sobre la novelística de los cuatro autores más representativos de esa dirección literaria. El criterio seguido para articular los diversos trabajos ha sido el de partir de estudios de carácter general sobre la peculiar estética de cada uno de ellos, sobre sus procedimientos formales y su visión del mundo -los que inician los cuatro apartados-, para después incidir en obras particulares o en conjuntos homogéneos. En este sentido, el panorama que el recopilador nos traza del Azorín novelista es muy completo: los artículos de E. Inman Fox, Robert E. Lott y Leon Livingstone nos hablan de su fuente de inspiración y observatorio —496→ de la vida: los libros («la lectura, para Azorín, es su más importante modalidad vital», afirma Inman Fox), del carácter experimental de su novelística y de su tratamiento del tiempo. Emilio Miró vincula a Antonio Azorín con los protagonistas de las novelas de la generación del noventa y ocho y del catorce; Alonso Zamora y Sergio Beser analizan La Voluntad (sin duda, su novela más asediada por la crítica); José María Martínez Cachero y Thomas C. Meehan estudian dos novelas de los años veinte, escritas detrás de un paréntesis de bastantes años después del ciclo inicial (Don Juan y Doña Inés); Jorge Urrutia y José Carlos Mainer interpretan las novelas de posguerra, y finalmente el profesor Baquero Goyanes nos habla del amplio sector de la cuentística azoriniana.
Si completa me parece la visión de Azorín, siento no poder opinar lo mismo de la parte dedicada a Gabriel Miró, y no por la índole de los artículos recogidos, que son excelentes, sino porque toda la primera época de la novelística mironiana, la que va desde Nómada hasta Las cerezas del cementerio -o Dentro del cercado (1916)- e incluso la que comienza en El Abuelo del rey queda sin su adecuado reflejo en las páginas del libro: no se ha recogido trabajo alguno que dé cuenta de todo ello. Sin embargo el lector saca de la lectura de esta sección del primer volumen sustanciosas ideas sobre la estética y la visión del mundo del escritor alicantino: el artículo de Edmund L. King es, tal vez, la mejor introducción al arte mironiano, y el artículo de Ricardo Gullón es una sugestiva y precisa visión de la novela lírica, cuyas conclusiones deben relacionarse con el prólogo; Ricardo Landeira aborda la singularidad de la trilogía de Sigüenza y define certeramente a este personaje: «No es Sigüenza el alter ego de Miró, sino su propio yo fijado lírica y parcialmente en una estética derivada de su sensibilidad artístico-espiritual». La novela última -y mayor- de Gabriel Miró queda estudiada por E. Moreno Báez, quien analiza el impresionismo de su primera parte (Nuestro Padre San Daniel), y muy lúcidamente por Yvette E. Miller, que estudia la técnica narrativa y la ilusión de la realidad en los dos tomos sobre Oleza.
—497→La primera parte del segundo volumen está dedicada a Ramón Pérez de Ayala. Salvo el artículo que cierra este apartado, el de Charles H. Leighton, en el que se analiza la estructura de Belarmino y Apolonio, los ocho restantes presentan un carácter más general, tratando sobre el pensamiento del escritor, su actitud, o sobre problemas y temas que atañen a varias novelas. Como en las dos secciones anteriores, los artículos sobre pensamiento y estética preceden a los estudios sobre las novelas, y éstos se disponen siguiendo un orden cronológico que da cuenta de la evolución. En el primer artículo Víctor García de la Concha aborda la figura de Pérez de Ayala estudiándolo en la historia, en su actitud como intelectual que pertenece a un grupo generacional bien definido, incidiendo sobre su compromiso y el correlativo proyecto literario: «Crear una nueva literatura pedagógica de sensibilidad, que, abriendo al lector hacia los demás, genere en él una nueva actitud ética sobre la que pueda construir una nueva estructura de relaciones sociales y políticas». La estética queda reflejada en el segundo artículo, el de Ricardo Gullón, haciendo referencia a la novela lírica ayaliana; J. J. Macklin sitúa a Ayala en el contexto de la literatura europea de su tiempo, y Carlos Zamora estudia una constante temática en sus novelas: la concepción trágica de la vida. Aunque de carácter general, estos tres artículos citados hacen abundantes referencias a las novelas del segundo período, las escritas después de 1920. Los dos artículos siguientes estudian la tetralogía de Alberto Díaz de Guzmán: Donald L. Fabian analiza el progreso del artista, vinculando la trayectoria del personaje con los períodos vitales tal y como Pérez de Ayala los concibe poemáticamente -fue la idea para un ciclo poético frustrado- en un ensayo fundamental, el prólogo a la edición argentina de Troteras y danzaderas (1942); en ese texto se concibe la vida humana como encaminada hacia una plenitud después de atravesar las tres fases vitales representadas poéticamente como las formas, las nubes, las normas. María del Carmen Bobes estudia la sintaxis temporal de la tetralogía, poniendo de manifiesto la unidad de las cuatro y analizando su estructura narrativa. María Dolores Rajoy Feijoo, en un brillante estudio, —498→ analiza esas «novelas de transición» que son las tres Novelas poemáticas de la vida española (1916) en su peculiaridad: las relaciones entre las poesías y el texto novelesco. El trabajo de Mary Ann Beck aborda el estudio de las obras de madurez, calificándolas de «tragedias grotescas».
Un acierto que enriquece notablemente la obra que comentamos ha sido la introducción de esos cuatro artículos que bajo el epígrafe «Deshumanización y vanguardia en la novela» anteceden la parte dedicada a Benjamín Jarnés. Las ideas estéticas de los años veinte y de principios de la siguiente década, singularmente las ideas de Ortega y su polémica con Baroja, se nos ofrecen en los artículos de Simone Bosveuil, E. Cordel McDonald (excesivamente descriptivo) y Donald L. Shaw, que trata sobre la réplica de Baroja a la «deshumanización». Cerrando el conjunto aparece un artículo de Víctor Fuentes, importante ensayo de interpretación de la narrativa de vanguardia que se ha convertido en uno de los textos fundamentales sobre dicho fenómeno literario. Como apunta el profesor Villanueva en la «Nota previa» que antecede a este segundo volumen, los trabajos recogidos en este apartado «pueden contribuir a una mejor ubicación en su contexto del autor de El profesor inútil y Locura y muerte de Nadie».
La última sección, dedicada a Benjamín Jarnés, contiene también un trabajo de Víctor Fuentes, que cierra la recopilación dando una interpretación sugestiva de la novelística jarnesiana («La dimensión estético-erótica y la novelística de Jarnés»); le anteceden un clásico artículo de Pedro Salinas y un muy completo estudio de Emilia de Zuleta en el que trata al hombre en su época -y sus relaciones con Ortega y la Revista de Occidente-, sus ideas acerca de la crítica, la práctica de la biografía y la estética y técnica de sus novelas. H. Th. Oostendorp analiza la estructura de El profesor inútil y Paul Ilie parte de las novelas de Jarnés para señalar aspectos de la novela deshumanizada.
Es también esta obra una llamada de atención sobre la novelística de la Edad de Plata, tan desigualmente estudiada y sujeta a —499→ tópicos fosilizados, prejuicios y parcialidad interpretativa. Entre las muchas virtudes que en sus páginas se contienen, como lo esclarecedor de sus apreciaciones, lo innovador de algunos de sus planteamientos y lo sólido de sus juicios, yo destacaría su capacidad estimulante, la incitación a proseguir por el camino aquí apuntado, que se me antoja enormemente fecundo.