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71

Sanz del Río, discurso citado, op. cit., pp. 313-14.

 

72

Cf. Davies, op. cit., p. 24 y v. supra, n. 64.

 

73

Cf. Jobit, Les éducateurs..., p. 177.

 

74

Ibid., pp. 139-40.

 

75

Entre los secuaces de Sanz los había católicos, y la mayoría compartía un fuerte sentimiento religioso o místico. Azcárate estaba casado con una católica ferviente. Giner no se apartó de la Iglesia hasta después del Concilio Ecuménico (A. Reyes, op. cit., p. 90).

 

76

Biblioteca Clarín, Madrid, 1900. El cuento es de 1884. Al comenzar la obra don Cipriano es un filósofo de hábitos raros y exagerados que siembra la inquietud en el alma del pobre Zurita. Es igualmente ridículo cuando lo encuentra Zurita, pasados unos años, con su familia también ridícula, hecho todo un señor burgués. El mismo protagonista ha degenerado, por su parte, del filósofo que quiso ser, a especialista en mariscos. Por mucho que se empeñe en desprenderse de cuanto se le haya pegado de las teorías krausistas con el fin de abrazar el positivismo, le resulta imposible librarse de su virtud fundamental ni dejar de defender la armonía en todos los órdenes, durante sus frecuentes borracheras. A todos pedía «que salvasen la ciencia, que procurasen la santa armonía, porque él, en el fondo de su alma, siempre había suspirado por la armonía del análisis y de la síntesis, de Tula y la virtud, de la fe y la razón, del krausismo y los médicos del Ateneo...» (p. 73). Y aclaraba: «¡Todo está en todo y el quid es amarlo todo por serlo, no por conocerlo!... Yo amo a Tula en lo absoluto, y la amo por serla, no por conocerla...» (74).

 

77

La llama «joya de la corona del arte castellano» (Galdós, p. 177).

 

78

Recuérdense las palabras de Francisco Giner citadas en nuestra nota 7, y las de Canalejas, nota 8.

 

79

Véase el artículo de Ciriaco M. Arroyo, «Galdós y Ortega y Gasset: Historia de un silencio» Anales galdosianos, I (1966), núm. I, pp. 143-150.

 

80

Miguel de Unamuno, De esto y aquello (Buenos Aires, 1950), I, pp. 353-354.

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