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«Fingal y Temora» de James Macpherson, en la traducción de Pedro Montengón (1800)

Maurizio Fabbri

Pedro Montengón (trad.)

Ossian





El trabajo de traducción del poema de Ossián Fingal empezó, probablemente, en el quinquenio 1795-1800, en el que las aficiones literarias de Pedro Montengón se dirigieron preferentemente hacia la versión en español de obras de autores y de géneros diferentes. Se dedicó a las traducciones, en endecasílabos sueltos, de tragedias de autores de la antigüedad clásica grecorromana, como Séneca y Sófocles, y del más distinguido trágico italiano del momento, Vittorio Alfieri. Por motivos diversos estas versiones, algo manipuladas, salieron a la luz años después o se quedaron manuscritas hasta que el autor de esta nota las publicó en 1992.

Por su explícito reconocimiento, el motivo que le indujo a enfrentarse con un trabajo tan oneroso residía en el deseo de contribuir a la recuperación del drama trágico en España inspirándose directamente en las fuentes originales, gracias a su excelente conocimiento del griego antiguo, del latín y del italiano, y realizando así traducciones filológicamente correctas.

Siempre fiel a su voluntad de desarrollar obra útil y didácticamente eficaz hizo la oferta, que no llegó a formalizarse, al editor Gabriel Sancha, en 1795, de publicar un semanario, que habría debido llamarse Ropavejero literario, formado por trozos curiosos e interesantes de autores extranjeros traducidos.

En este contexto, pues, se coloca también el proyecto de traducir los poemas ossiánicos Fingal y Temora, que en la edición de 1800 de Benito García, editor en Madrid, quedó limitado al primer poema, todavía titulándose el libro Fingal y Temora, poemas épicos de Ossián antiguo poeta céltico traducido en verso castellano.

Ya en su primera aparición en Inglaterra, en los años de 1762 y 1763, las obras del bardo gaélico -como es sabido, conseguida y feliz mixtificación del poeta James Macpherson (1736-1796) que las editó con el título Fragment of Ancient Poetry- habían suscitado universal interés, extraordinario e inesperado, y al mismo tiempo habían producido enardecidas polémicas entre entusiastas admiradores y enconados críticos. Los primeros, entre los cuales destacan Goethe y Alfieri, consideraban excelentes y grandiosos aquellos poemas, mientras que los otros juzgaban aquella poesía una mera falsificación, exenta de todo valor literario. En España, el bachiller granadino José Alonso Ortiz fue el primero que tradujo, directamente del original inglés, dos poemas ossiánicos, Carthon y Lathmon, que se editaron en Valladolid en el año de 1788.

En Italia, el abate Melchiorre Cesarotti (1730-1808) cuidó la versión italiana de la obra que fue editada en Padua en 1763 y, en segunda edición ampliada, en 1772-1773, con el sencillo título de Poesie di Ossian.

En aquellos años, Montengón, novicio de la Compañía de Jesús, con su hermano José, sacerdote tonsurado, residía en Ferrara, primera etapa del largo exilio italiano al cual fueron sometidos por la Pragmática Sanción de Carlos III que desterraba de todo el imperio español a la Orden fundada por san Ignacio de Loyola. Tenía veinticinco años de edad, habiendo nacido en Alicante en 1743. En la culta ciudad estense abordó sus obras más importantes, de la sátira anti-escolástica De tota aristotelicarum schola a las Odas, en tres libros que firmó con el seudónimo de Filopatro, a las novelas que le dieron fama y que le han merecido el título de renovador de la novela española del siglo dieciocho, El Eusebio, El Antenor, Eudoxia, hija de Belisario, El Rodrigo, El Mirtilo. Estas últimas tres se editaron en 1793 y 1795, cuando él ya se había trasladado a Venecia con el encargo de secretario del conde Fernando de Peralada y se había casado con Teresa Gayeta. Otras obras suyas aparecieron en Madrid y finalmente en Nápoles, donde había preferido retirarse con su mujer y los cuatro hijos después de una fallida tentativa de regresar a España, aceptando el encargo de administrador de los bienes del duque de Alcañiz.

En Ferrara, Montengón reanudó sus amistades con otros expulsados allí instalados, como Joaquín Pla, Juan Francisco Masdeu, Antonio Eximeno, Juan Andrés, que sucesivamente se revelaron excelentes literatos. También estableció relaciones intelectuales y amistosas con representativos hombres de cultura emilianos, vénetos y lombardos, como Gritti, Perolari Malmignati, Alessando Pepoli, célebre y discutido dramaturgo veneciano del cual era secretario José Montengón. Con Giambattista Conti inició una colaboración literaria que perduró durante toda su vida. Conti, que era íntimo amigo de Leandro Fernández de Moratín, y poeta él mismo, fue autor de la primera antología moderna de poetas españoles traducidos al italiano, que salió a Madrid en 1782, en cuatro tomos, con el patrocinio del rey Carlos III. Cuatro años después Masdeu dio a luz en Roma una colección de veintidós poetas castellanos traducidos. Es probable que el fervor de aquellos cultos traductores contagiara a Montengón, sumándose a su curiosidad por los nuevos temas y modelos sentimentales de la poesía del Norte y a la atracción hacia lo inédito y lo exótico, suscitada por la lectura de Ossián a través de las versiones de Cesarotti, que vivía y trabajaba en la cercana ciudad de Padua.

La lírica ossiánica ofrecía a Montengón una respuesta concreta a la latente melancolía de su espíritu y a las angustias de un exiliado que añoraba a su patria lejana. Su gusto y sensibilidad hacia lo clásico, enriquecidos por las influencias rusonianas, bien podían adherirse a los temas y módulos sentimentales y expresivos que iban acumulándose en Europa como consecuencia también de la crisis de la conciencia literaria que el fracaso de la Razón había producido. El melancólico pesimismo que informaba el Mirtilo, las visiones lúgubres y angustiosas, la constante presencia de la muerte y el sentido de la caducidad humana del Rodrigo, encontraban confirmación en los cantos del Fingal y en la compleja temática ossiánica, aun en virtud de la hábil mezcla de lo primitivo y de lo moderno del texto de Macpherson, que la versión de Cesarotti había hecho aún más asimilable con correcciones, cortes, adiciones y mitigaciones. Quien cantó el desaliento de Mirtilo y los tristes casos de Florinda, con razón podía sentirse atraído por la sugestión emanante de las tormentosas figuras de campeones derrotados, del heroísmo guerrero y pacífico, de la atmósfera trágico-elegíaca del canto, de la alternancia de momentos épicos y de visiones lánguidas y sentimentales.

Montengón tradujo el Fingal utilizando la versión hecha por Cesarotti en 1763, que se limitaba a los seis cantos del poema, pero conocía también la segunda edición completa de todas las composiciones ossiánicas. De esta segunda mantiene, por ejemplo, el Prefacio del traductor italiano mientras que de la primera conserva las Reflexiones que acompañan a cada canto, así como las Introducciones.

La función de las Reflexiones consistía en la explicación de pasajes de no fácil interpretación, de usos y costumbres de los celtas, estableciendo -cuando fuera posible- comparaciones con Homero y los antiguos poetas griegos y latinos. A veces, Montengón las utiliza para aclarar características lingüísticas o licencias poéticas suyas, como cuando justifica el uso limitado de las palabras compuestas, tan numerosas en el texto italiano pero bastante raras en la lengua castellana. Las Introducciones derarrollaban la misma función de los proemios clásicos, anunciando el contenido del canto. En fin, las numerosas notas añadidas por Cesarotti las redujo notablemente, limitándose casi siempre a explicaciones histórico-geográficas o religiosas, rara vez a aspectos lingüísticos o estéticos.

Montengón acepta la sugerencia cesarottiana de traducir manteniéndose fiel al espíritu más que a la letra y emplea el endecasílabo suelto porque correspondía armónicamente a sus gustos estéticos, como lo confirma el uso que de él hizo en los poemas épicos. Gracias a Cesarotti, el verso libre volvía a proponerse al lector italiano, mientras que en la más cercana producción lírica española recurrieron a él Meléndez Valdés y Cienfuegos, entre otros.

Su buen gusto clasicista le insta a atenuar aún más ciertos cultismos o rudezas léxicas y asperezas emotivas de la versión italiana, en conformidad con su concepto racional y didascálico de la poesía. Propongo un par de ejemplos, los versos de exordio del primer canto, que presentan al héroe Cuculino.

Texto italiano:


Di Tura accanto alla muraglia assiso.
Sotto una pianta di fischianti foglie
stavasi Cucullin: lì presso, al balzo
posava l'asta; appiè giacea lo scudo.
Membrava ei col pensiero il pro Cairba
da lui spento in battaglia; allor che ad esso
l'esplorator dell'oceàn sen venne,
moran figlio di Fiti. Alzati, ei disse,
alzati, Cucullin; già di Svarano
veggo le navi; è numerosa l'oste,
molti i figli del mar. Tu sempre tremi



Versión de Montengón:


Junto al muro de Tura, baxo un árbol
de susurrante copa, descansaba
sentado Cuculino. Sostenía
un risco a su gran lanza; abandonado
yacía allí en el suelo su ancho escudo.
Cairba, por él muerto en la batalla,
apremiaba sus tristes pensamientos,
quando llega Moran, hijo de Fiti,
que afanado le dice: Cuculino,
levántate; la armada de Esvarano
ocupa ya la playa. Vi sus naves:
muchos en ellas son los enemigos;
muchos los héroes de la mar. Tú siempre
tiemblas, hijo de Fiti.



Como puede apreciarse, Cesarotti emplea palabras áulicas o pertenecientes al lenguaje bélico, mientras que Montengón atenúa la dureza de la expresión, reduce la tensión dramática de la escena y vuelve más prosaico el verso, recurriendo a palabras y sintagmas placenteros, familiares y tranquilizadores como «muro», «árbol», «susurrante», «descansaba», «tristes pensamientos».

Más adelante, en el canto V, en ocasión del duelo muy reñido entre Fingal y Esvarán, que desarrollan en el poema el papel de los homéricos Ayax y Ulises, este proceso de ablandamiento prosigue. Si no fuera por el adjetivo «terrible», la versión montengoniana se acercaría más a la atmósfera evocada por un minué o a un ejercicio de destreza gimnástica que a un esforzado enfrentamiento, con innegables concesiones al gusto arcádico y evidente fin didascálico:

Compárense los dos fragmentos:

Cesarotti:


[...] ambi i guerrieri a terra
gettano l'armi, e con raccolta possa
vannosi ad afferrar. Serransi intorno
le noderose nerborute braccia.
Si stirano, si scrollano, s'intrecciano
sotto e sopra in più gruppi alternamente
le muscolose membra: ai forti crolli,
all'alta impronta dei tallon robusti
scoppian le pietre, e dalle nicchie alpestri
sferransi i duri massi, e van sossopra
rovesciati cespugli. Alfin la possa
a Svaran manca, egli è di nodi avvinto.



Montengón:


Ambos a dos a un tiempo se desprenden
de las armas, y quieren hacer prueba
del vigor y destreza de sus brazos.
Con ellos, pues, se cierran y se enlazan
con esfuerzo y posturas diferentes,
las varían de nuevo forcejando
con terrible denuedo. Saltar hacen
las encontradas piedras con sus plantas,
y estremecer los riscos; dasarraigan,
y arrastran por el polvo los arbustos
en que sus pies se enredan; pero al cabo
el aliento y las fuerzas abandonan
al vencido Esvarán; él cae e rinde
sus brazos a las fuertes ataduras. [...]



Los méritos de la traducción que había hecho el alicantino de un texto poético difícil conceptual y lingüísticamente como el Fingal no son de poca enjundia, ya que atestiguan y confirman la excepcional versatilidad creativa de Montengón y su vivaz curiosidad intelectual. Su formación clásica e ilustrada no le impidió acercarse a la inquieta problemática de los poemas ossiánicos y de los temas y módulos poéticos y estéticos de la poesía del Norte. No es posible evaluar la efectiva repercusión que su versión tuvo en España. Es cierto todavía que, con la de Alonso Ortiz y la siguiente, aunque fragmentaria, de José Marchena, contribuyó a la difusión del nuevo gusto y sensibilidad que iba surgiendo en armonía con las tensiones espirituales y las tendencias literarias que ya se difundían por Europa, y que caracterizaron al naciente Romanticismo.






Bibliografía

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