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ArribaAbajo

Galatea o la ilusión del canto




- I -


El canto

ArribaAbajo   ¡Cuánto tu voz divina
me encanta! ¡En qué deliquio
mi espíritu fallece
tan dulce con sus trinos,
   por ellos arrastrado,  5
sin poder resistirlo,
al piano, do despliegas
tu amable poderío!
   Mientras, los albos dedos,
vagando en presto giro,  10
se pierden a la vista
solícita en seguirlos.
   Cuando tú, Galatea,
repites los gemidos
de Dido abandonada,  15
yo gimo a par contigo.
   Cuando le das grandiosa
a la voz mayor brillo
de Jove en los banquetes,
Minerva te imagino.  20
   Infeliz Ariadna,
con penetrantes gritos
persigues a Teseo,
y al pérfido maldigo.
   Si a Angélica retratas  25
o el celoso delirio
de Orlando, me estremece
tu enojo vengativo.
   Si en pos el embeleso
de dos amantes finos  30
o de una ausencia triste
los flébiles martirios
   sensible representas,
de la ficción me olvido
y en su lugar me pongo  35
y exhalo mil suspiros.
   En la falaz Armida,
al imperio divino
de tu mágico canto
cual Reinaldos te sigo.  40
   Sollozas, y yo anhelo;
lloras, y en largos hilos
las lágrimas me corren;
te alegras, y yo río.
   Mísera desfalleces,  45
y en tu silencio mismo
desfallezco, tus ayes
resonando en mi oído.
   Si donosa te burlas
con juguetes festivos,  50
celebrándote todos,
yo enmudezco a su hechizo.
   Amenazas airada,
y cobarde me aflijo;
aplácaste, y aliento;  55
si te indignas, me irrito,
   siendo tal mi entusiasmo
y el celestial prestigio
que al verte y escucharte
me embarga los sentidos,  60
   que embriagado en su gloria
mi corazón sencillo,
perdona, Galatea,
exclamo sin arbitrio:
   «¿Por qué, ¡ay!, volver no puedo  65
con mi boca perdido
el placer a su boca
que yo de ella recibo?»




- II -


La súplica

ArribaAbajo   Amable Galatea,
¿qué gracia inexplicable
se siente en tus acentos,
me eleva al escucharte?
   ¿De dó, hechicera, viene  5
que en trinos tan süaves
siempre medrosa dudes,
desfallecida clames?
   ¿Que busques en tus letras
las que mejor las artes  10
y las inmensas dichas
sepan de Amor pintarme?
   Ya ni repite el piano
la música brillante
que armónica igualara  15
los coros celestiales,
   ni tú, del estro llena
que veces mil probaste,
sublime te arrebatas
de Jove igual al ave  20
   que en el inmenso espacio,
tendiendo sus reales
y voladoras alas,
se pierde de los aires.
   Hoy todo amor tu canto,  25
blanda, halagüeña, fácil,
los quiebros son suspiros,
las fugas tristes ayes.
   Te elevas con su nombre;
parece al pronunciarle  30
que en tu aquejado pecho
todas sus llamas arden,
   que en tu embeleso grato
de lo hondo de él te sale,
buscando donde logre  35
feliz depositarse.
   Si un corazón por templo
sencillo y fiel buscase,
yo sé bien, Galatea,
dónde él pudiera hallarle,  40
   do el más ferviente culto,
más puro, más constante,
por siempre alcanzaría,
que en ser humano cabe,
   ¡Mas tú me miras triste,  45
suspiras, y cobarde,
ni música ni letra
seguir turbada sabes!
   ¿Qué?, ¿si en su red dichosa
ya presa te debates,  50
podrá, de ser sensible,
tu honor avergonzarse?
   ¿Es por ventura un yerro
sus ansias inefables,
feliz sentir en uno  55
con un rendido amante,
   y en gozos y en deseos
y fe y ternura iguales,
en sólo un ser dos almas
en su éxtasi tornarse?  60
   ¡Ventura inconcebible,
y ante quien nada vale
cuanto soñarse puede
de más glorioso y grande!
   No, dulce Galatea,  65
por más que lo disfraces,
ni es tu pecho de hielo,
ni extraña tú a mis males.
   Cede, ¡ay!, veraz; y blanda,
mi ruego un sí te alcance,  70
un sí que el más dichoso
me hará de los mortales.




- III -


La declaración

ArribaAbajo   ¿Será, mi bien, posible
que la delicia misma
que yo en oírte siento,
tú gozas con mi vista?
   ¿Que la emoción sabrosa  5
que con tu voz divina
causas en mí, te alcanza
por dulce simpatía?
   ¿Que si a Ariadna finges
o a la hechicera Armida,  10
tus apenados ayes
a mí diriges fina,
   y en tus alegres cantos
con tu favor me brindas,
y en tus brillantes trinos  15
mi timidez animas?
   Acordes con tus labios,
tus ojos me lo indican,
si crédulo el deseo
no sueña tanta dicha.  20
   No sueña, Galatea,
no sueña, que expresiva,
tu voz y gesto y tono
que soy feliz publican.
   Con un suspiro ardiente  25
tú propia me lo afirmas:
¡suspiro venturoso
que mi alma vivifica!
   ¡Que soy feliz tu labio,
mirándome rendida,  30
repite, y tierna estrechas
tu mano con la mía!
   ¡Y débil el aliento,
de grana las mejillas,
la frente ruborosa  35
sobre mi pecho inclinas!
   No puedo a gloria tanta
bastar; por siempre unidas,
mi bien, nuestras dos almas
para adorarse vivan,  40
   y en los floridos lazos
con que el Amor las liga,
en voluntad concordes
anhelen, gocen, giman,
   sin que jamás ni sombras  45
ni duelos nos dividan,
de finos amadores,
emulación y envidia.
   Yo te idolatro ciego;
págame tú sencilla;  50
feliz nuestro embeleso
se aumente cada día,
   y más y más amantes,
la copa de delicias
sedientos apuremos  55
que Venus fiel nos brinda.




- IV -


Mi embeleso

ArribaAbajo   Repite, Galatea,
repite la cantata
en que el feliz delirio
de tu pasión declaras,
   y los trinos ardientes  5
con que juras que me amas
o los flébiles ayes
que ocultándolo exhalas,
   aumentando tus ojos
y halagüeñas miradas  10
el sublime embeleso
de tu dulce garganta.
   Que sus vivas centellas
me penetren el alma;
o en el cielo enclavados,  15
con tu hechicera gracia
   a una virgen semeja
que a sus mansiones claras
entre ahincados suspiros
extática se lanza.  20
   Que tu rostro se anime
con la inefable gracia
del pudor y el deseo,
que alternados te inflaman;
   y cediendo al impulso  25
que a gozar te arrebata,
por pintarme más vivos
tu cariño y tus ansias,
   a mí un tanto te inclina,
cual si ciega anhelaras  30
redoblar las delicias
en que ya me embriagas.
   Nada, en fin, Galatea,
nada olvides que valga
para hacer de tu canto  35
más completa la magia.
   En mí, que embebecido
te contemplo, no hay nada
que el imperio no sienta
de tu voz soberana.  40
   En ti sola el oído,
las pasiones en calma,
libertad y alma y vida
de tu lengua colgadas,
   mi sangre se enardece;  45
trémulas mis palabras,
en una espesa nube
los ojos se me apagan;
   y frenético el pecho,
mientras más lo regalas  50
con tus trinos süaves,
más y más te idolatra.




- V -


Mis deseos

ArribaAbajo   ¡Cuán dulce es, Galatea,
nuestra ignorada suerte,
y Amor qué de embelesos
en ella nos ofrece!
   ¡Cómo embriagada el alma  5
de un éxtasi celeste,
sólo feliz respira
delicias y placeres!
   ¡Con qué emoción tan tierna
mi labio una y mil veces  10
te jura que te adora,
fe eterna te promete!
   Tú fina me respondes
con votos más ardientes,
y ciega entre mis brazos  15
de amores desfalleces.
   ¡Cuánto, adorada, cuánto
tus trinos me conmueven,
me inflaman tus suspiros,
tus ojos me enloquecen!;  20
   tus ojos, que en mi pecho
tan alto imperio tienen
que en sola una mirada
le alegran o entristecen.
   Deja pues, Galatea,  25
que con aplauso sueñen
allá los que del mundo
las glorias apetecen.
   Nosotros, en olvido
del tiempo y de las gentes,  30
tranquilos los favores,
gocemos de Citeres,
   y lejos ya las nubes
que a nuestra dicha ofenden,
el iris de tus gracias  35
lumbroso se despliegue.
   En el ceñudo invierno
los vientos inclementes,
bramando desatados,
los montes estremecen.  40
   La blanda primavera
la ansiada paz nos vuelve
y en calma bonancible
su estrépito adormece.
   Los días más tranquilos  45
son siempre más alegres,
venero inagotable
de gozos inocentes.
   Faustos, los nuestros rían
cual ora amando siempre.  50
El canto y dulces hablas
sus prestas horas llenen;
   y loco y turbulento
que el vulgo se despeñe,
o la ambición hinchada  55
de sueños se alimente.




- VI -


El canto suplido por mis versos

ArribaAbajo   ¡Oh, si feliz mi labio
dulce seguir pudiera
los suavísimos quiebros
de tu garganta bella!
   ¡Si el dios de la armonía,  5
como me da las letras,
tus tonos me inspirase
benévolo con ellas!
   ¡Cuán suelto, cuán ufano,
divina Galatea,  10
mi acento acompañara
tu armónica cadencia;
   y unidas nuestras voces
cual nuestras almas tiernas,
las auras sonarían  15
nuestra ventura inmensa!
   Si tú de Amor gimieses,
con su abrasada flecha
llagada, mis suspiros
tus ayes repitieran.  20
   Seguirte, aunque de lejos,
oyérasme halagüeña,
cantando tú las glorias
de la alma Citerea.
   O si en alegres trinos  25
parlera tu vihuela
pintase las delicias
que nuestro ser anegan,
   mi vivo y alto acento
subiera a las estrellas,  30
porque ellas lo envidiasen,
el gozo que en mí reina,
   diciéndoles que nada
al éxtasi semeja
de nuestra unión dichosa,  35
¡que haga el Amor eterna!;
   y acordes nuestros labios
con las sonoras cuerdas,
tú el eco de mis ansias,
yo el de las tuyas fuera.  40
   Ya que este anhelo es vano,
deja, adorada, deja
que el grato objeto llenen
mis versos de la lengua,
   y si en dolientes modos  45
fina la tuya expresa
que a mí el Amor te liga
con su feliz cadena,
   mi musa le responda
loca, embriagada, llena  50
de cuanto más ardiente
en su pasión se encuentra,
   que en este fausto nudo
mi dicha está suprema,
mil veces más subida  55
que cuanto tu alma sienta.




- VII -


El gabinete

ArribaAbajo   ¡Qué ardor hierve en mis venas!,
¡qué embriaguez!, ¡qué delicia!,
¡y en qué fragante aroma
se inunda el alma mía!
   Éste es de Amor un templo:  5
doquier torno la vista
mil gratas muestras hallo
del numen que lo habita.
   Aquí, el luciente espejo
y el tocador, do unidas  10
con el placer las Gracias
se esmeran en servirla,
   y do esmaltada de oro
la porcelana rica
del lujo preparados  15
perfumes mil le brinda,
   coronando su adorno
dos fieles tortolitas,
que entreabiertos los picos
se besan y acarician.  20
   Allí, plumas y flores,
el prendido y la cinta
que del cabello y frente
vistosa en torno gira,
   y el velo que los rayos  25
con que sus ojos brillan,
doblándoles la gracia,
emboza y debilita.
   Del cuello allí las perlas,
y allá el corsé se mira,  30
y en él de su albo seno
la huella peregrina.
   ¡Besadla, amantes labios...!,
¡besadla...! Mas tendida
la gasa que lo cubre  35
mis ojos allí fija.
   ¡Oh, gasa...!, ¡qué de veces...!
El piano... Ven, querida,
ven, llega, corre, vuela,
y mi impaciencia alivia.  40
   ¡Oh, cuánto en la tardanza
padezco!, ¡cuál palpita
mi seno!, ¡en qué zozobras
mi espíritu vacila!
   En todo, en todo se halla  45
mi ardor... Tu voz divina
oigo feliz... Mi boca
tu suave aliento aspira;
   y el aura que te halaga
con ala fugitiva,  50
de tus encantos llena,
me abraza y regocija.
   Mas..., ¿si serán sus pasos...?
Sí, sí; la melodía
ya de su labio oyendo,  55
todo mi ser se agita.
   Sigue en tus cantos, sigue;
vuelve a sonar de Armida
los menazantes gritos,
las mágicas caricias.  60
   Trine armonioso el piano;
y a mi rogar benigna,
cual ella por su amante,
tú así por mí delira.
   Clama, amenaza, gime;  65
y en quiebros y ansias rica,
haz que ardan nuestros pechos
en sus pasiones mismas,
   que tú cual ella anheles
ciega de amor y de ira,  70
y yo rendido y dócil
tu altiva planta siga.
   Y tú sostenme, ¡oh Venus!;
sostenme, que la vida
entre éxtasis tan gratos  75
débil sin ti peligra.




- VIII -


El jilguero

ArribaAbajo   Encantada mi Erato
de mirar cómo ceden
a sus dedos fugaces
las teclas obedientes,
   preludiaba en el piano  5
mil graciosos juguetes,
sin que el labio canoro
sus compases siguiese.
   Pero el lindo jilguero
que entre doradas redes  10
su cuidado y delicia
plácido a un lado pende,
   herido de los sones
se sacude y conmueve,
presta atento el oído  15
y vivaz enloquece,
   súbito desatando
su piquito, que alegre
las tocatas y juegos
muy más dulces nos vuelve,  20
   redoblando donoso
con su voz elocuente
cuantos trinos y fugas
en la música advierte.
   Galatea gozosa,  25
para más encenderle,
entre risas y mimos
nuevos tonos le ofrece;
   y el colorín ufano
los escucha y aprende,  30
y con glosas más bellas
nuestro oído embebece
   sin cesar en los quiebros
ni apurar sus motetes,
que varía triunfante,  35
y a sí mismo se excede;
   hasta que por seguirle
dio muy bien de repente
de su acento a las auras
la armonía celeste,  40
   que colmando mi pecho
del más puro deleite,
impresión tan profunda
causó en él y tan fuerte
   que ya no fue posible  45
ni que el pico despliegue,
ni una sola piada
provocado volviese,
   y abatido y cobarde,
pero atónito, atiende  50
si la letra repite,
si otra nueva previene.
   ¿Y qué fue? Que la envidia
le tomó, aunque inocente,
de que en música y trinos  55
su señora le vence;
   o gritole el respeto:
«Temerario, ¿qué quieres?
Con la diosa del canto
confundido enmudece».  60




- IX -


La incertidumbre

ArribaAbajo   ¡Oh, cuán hermosa al piano
te ostentas, Galatea!
¡Cómo a par que el oído
tras ti los ojos llevas!
   ¡Con qué inefable gracia  5
al preludiar despliegas
tus manos enarcadas
sobre las albas teclas!
   ¡Cómo los sueltos dedos
en el marfil se asientan  10
y en concertado giro
van, vienen, saltan, ruedan!
   Mientras, con aire noble
revuelves la cabeza,
y al auditorio absorto  15
sublime enseñoreas.
   En mil donosos rizos
la blonda cabellera,
cual la alba y clara luna
tu frente se despeja.  20
   Los rutilantes ojos,
con timidez modesta,
parece que sus luces
cobardes escasean;
   mas súbito animada  25
la celestial hoguera
de sus brillantes rayos,
no hay quien fijarlos pueda.
   Tú afable sobre todos
de nuevo los rodeas,  30
como agraciar queriendo
los pechos que sujetas;
   y todos de tal dueño
el yugo dulce anhelan,
y siervos venturosos  35
adoran sus cadenas.
   Una sonrisa grata
sobre tu rostro juega,
y que ya el estro sientes
en tu inquietud se muestra.  40
   Abres en fin el labio:
¡Oh, quién, mi bien, pudiera
pintar cuál nos sojuzga
su armónica cadencia!
   ¡Cuánto agitado el pecho  45
con tu reír se alegra,
con tus suspiros gime,
con tu trinar se eleva!
   Muy lejos y eclipsado
con su impresión se queda  50
cuanto el ingenio un día
fingió de las sirenas.
   Extático el oído,
de gloria el alma llena,
y el corazón parado,  55
aun a alentar se niega,
   mientras, ¡oh, de tus voces
irresistible fuerza!,
cual gustas nos inflamas,
concitas o serenas.  60
   No hay cláusula que un dardo
dulcísimo no sea,
ni afecto, pausa o fuga
que el seno no conmueva.
   El tuyo turbulento  65
retrata la tormenta
que en lo interior te agita
y el canto ardiente expresa.
   Un débil ¡ay! lo abate,
un trino lo releva,  70
y otro y otros más vivos
su ondulación aumentan.
   La nieve de tu rostro,
la grana en que risueñas
se tiñen tus mejillas,  75
se inflaman y se alteran;
   tornátil la garganta
reluce muy más bella
del lleno que a su lampo
la firme voz le presta;  80
   y toda tú pareces
a Clío allá en las mesas
de Jove en lira de oro
cantando su grandeza.
   Galatea adorada,  85
reina en el piano, reina;
y con tu voz y gracias
cautiva y embelesa.
   Reina; que entre una y otras
el alma duda incierta  90
cuál en ti es más sublime,
tu labio o tu belleza.
   Te ve, y a la hermosura
la palma le presenta;
te escucha, y a tus trinos  95
absorta se la entrega.




- X -


El consejo

ArribaAbajo   No tan rápido el labio
de tono y letras trueque,
ni así, hechicera amable,
con mis afectos juegues.
   Mírote yo en un punto  5
ya bulliciosa, alegre,
de la inconstancia el vuelo
pintarme en tus motetes,
   ya en derretido labio
sensible embebecerme  10
con las delicias puras
de dos amantes fieles,
   ya con ardiente grito,
colérica, demente,
colmar de imprecaciones  15
a algún Teseo aleve,
   o ya en helado acento
hacer que el eco suene
de la tibieza misma
los áridos placeres.  20
   El alma y el oído
seguir apenas pueden
la ligereza suma
que en tus mudanzas tienes,
   mudanzas que te pintan  25
muy más inquieta y leve
que las turbadas olas
que en medio el ponto hierven,
   más que el voluble soplo
con que fugaz se pierde  30
en su carrera el viento
por las floridas mieses,
   más que del sol la llama
cuando en las aguas hiere
y en rápidas centellas  35
de aquí y de allá se vuelve.
   No, Galatea amable,
si en nuestros pechos quieres
que las pasiones ardan
que con tu voz enciendes,  40
   un tono y una letra
concordes dulcemente
con tu interior retraten
cuanto en el alma sientes.
   Deja esos vanos juegos,  45
en que por mal se aprende
a no sentir, a fuerza
de andar mudando siempre;
   y el corazón que ahora,
sobresaltado al verte  50
tanto en el canto vaga,
lo mismo en tu amor teme
   podrá en quietud gloriosa
beber todo el deleite
del armonioso piano,  55
de tu trinar celeste.
   Mira el brillante insecto
que en su inquietud perenne,
tocando flores tantas,
ninguna gozar puede;  60
   y con su ejemplo cuerda,
si ser feliz pretendes,
de la inconstancia loca
jamás ventura esperes.




- XI -


Mis recelos

ArribaAbajo   ¿Qué sombras oscurecen
tu plácido semblante?
¿Por qué elevada y triste
no aciertas a mirarme?
   Mi lira y mis canciones,  5
mis juegos y donaires,
que un día al cielo alzabas,
ya tibia te desplacen.
   Te busco y tú me evitas;
penado voy a hablarte,  10
y airada no me escuchas
o en quejas te deshaces.
   Pretendo verte a solas
y siempre llego tarde;
de alguno acompañada,  15
que dobla mis pesares.
   Bien mío, ¡qué de veces
dolida me culpaste
de que un momento sólo
al plazo yo faltase!  20
   «Este fugaz momento
que a un tibio nada vale»,
decías, «¡qué de dichas
dar puede a dos amantes!»
   Anhelo que me alegren  25
tus trinos celestiales,
y esquiva lo desdeñas
o gimes tristes ayes.
   ¿Qué es esto, Galatea?
¿Por qué despegos tales  30
y huir de quien te adora
y a mi rogar negarte?
   ¿Tuvo jamás mi pecho
secreto que ocultase
de ti, mi bien? El tuyo  35
sólo esconderlos sabe.
   Todo a los dos nos ríe:
a nuestro tierno enlace
aplaude Amor; sus auras
nos soplan favorables;  40
   un velo misterioso
de la calumnia infame
nos guarda, y más subidas
nuestras delicias hace.
   ¡Y aún dudas y recelas!,  45
¡y tu callar constante,
inanimada estatua,
te gozas de mis males!
   Tú que lo hallabas todo
en tu pasión tan fácil  50
y algún tiempo solías
por tímido burlarme,
   ¿de dónde estos cuidados,
de dónde, amada, nacen?;
¿por qué de tan resuelta  55
te has vuelto tan cobarde?
   O ciertas son mis dudas,
que tiemblo y tú combates,
¡cruel!, o en afligirme
tan sólo te complaces.  60




- XII -


La guirnalda

ArribaAbajo   Mientras tú regalabas,
Galatea, mi oído
en tu armónico piano
con tus célicos trinos,
   yo las flores más lindas  5
robé a este canastillo
que el Amor a mi mano
presentara benigno;
   y casando con arte
sus colores más finos,  10
ve la hermosa guirnalda
que feliz he tejido.
   Mira el jazmín cuál hace
los matices más vivos
del alhelí, y la rosa  15
cómo luce entre lirios.
   Sale el verde en los tallos,
relevando sombrío
ya la anémona bella,
ya el clavel purpurino;  20
   y entrelazada y rica
de un amoroso mirto,
de Citeres y Flora
une a par los dominios.
   Mas si al gusto no alcanza  25
ni al primor exquisito
que atesoran tus manos
y en tus obras admiro,
   a lo menos es muestra
del más tierno cariño  30
que abrigó amante pecho,
y por tal te la rindo.
   Deja, pues, que realce
su galano atavío
de tu frente la nieve,  35
de tus trenzas el brillo.
   Deja, deja que el labio,
cuando de ella las ciño
y al compás de tu acento,
te repita sencillo:  40
   «A la diosa del canto,
cuyo canoro hechizo,
si allá dulce sonara,
conmoviera el Olimpo,
   en señal reverente  45
del éxtasi divino
en que oyéndola caigo,
humilde la dedico».




- XIII -


Mis sospechas

ArribaAbajo   Sí, cruda Galatea,
tu corazón inquieto
abriga en daño mío
algún infiel deseo.
   En vano me lo escondes:  5
tus trémulos acentos,
tu confusión, tus pasos,
todo lo está diciendo.
   No mis sospechas nacen
de cavilosos celos;  10
ni necio en mis visiones,
cual dices, devaneo.
   La música fue siempre
del alma un fiel espejo,
do involuntarios brillan  15
sus íntimos afectos.
   La tuya, que otras veces,
cual tu inocente seno,
más plácida sonaba
que un líquido arroyuelo  20
   va en el florido prado
con susurrante juego,
del oído y los ojos
delicia y embeleso,
   hoy misteriosa y vaga,  25
con sus falaces quiebros
me enseña que tus pasos
son, desleal, lo mesmo;
   que no es la ciega suerte
quien hace que sus ecos  30
reclamo sean seguro
de ese rival que temo,
   de ese rival odioso,
que dondequier molesto
siguiéndonos, parece  35
ser sombra de tu cuerpo.
   ¡Cruel...!, ¡si artificiosa
citándole...! Yo veo
las negras tempestades
amenazar de lejos.  40
   De mis ilusos ojos
se ha descorrido el velo,
y en mil y mil cuidados
se abisma el pensamiento.
   ¡Oh, quiera, Galatea,  45
quiera benigno el cielo
que de mi fiel cariño
puedan llamarse sueños,
   y tú, riente y blanda,
el iris seas sereno  50
que en tan revueltas olas
me dé la paz que anhelo!




- XIV -


La música afectada

ArribaAbajo   No culpes, Galatea,
si el pecho no responde
cual antes al imperio
de tus canoras voces,
   si deslumbrado de ellas  5
y atónito las oye
sin que suspire tierno
ni de placer zozobre;
   que al verlo así enredado
tu labio desconoce  10
entre ese laberinto
que la verdad me esconde.
   Ya en vez de aquellos dulces
cuanto sencillos sones
que fáciles pintaban  15
tus gozos y temores,
   de aquellos blandos ayes,
suavísimos arpones
que traspasar pudieran
un corazón de bronce,  20
   difícil y estudiada
lucirme te propones,
profusa en tus gorjeos,
del arte los primores.
   Él los admire; y deja  25
que yo incómodo note
que así para perderte
la vanidad te adorne,
   cual cortesana altiva
que por brillar escoge  30
las galas que la afean
en vez las lindas flores
   que agracian las zagalas
y en su sencillo porte
en las almas despiertan  35
tan plácidos amores.
   Clara, fácil y pura
la voz de las pasiones,
ora vehementes truenen,
ora apenadas lloren,  40
   sólo un sollozo, un grito,
un débil ¡ay! nos rompe
de ellas lanzado el pecho,
y en ansias mil lo pone,
   cual el pío doliente  45
que en la lóbrega noche
solitaria despide
Filomena en el bosque.
   Hasta el silencio mismo
a que el dolor se acoge  50
cuando el cruel despecho
sin compasión le roe,
   muy más el alma dice
que ese tropel informe
que en tu voluble labio  55
cual un torrente corre,
   ese tropel de quiebros
que mi atención absorbe
para ofuscarla, estéril
en dulces emociones.  60
   Si, pues, cual veces tantas,
buscas que el seno acorde
con tus acentos ría,
suspire, anhele, goce,
   vuélveles, Galatea,  65
a mi súplica dócil,
la sencillez amable
que me hechizaba entonces.




- XV -


La reconvención

ArribaAbajo   ¡Qué mal tus juramentos
y el entusiasmo ardiente
con que un amor constante
falaz probarme quieres,
   con tus volubles pasos,  5
con tu fatal billete,
con todo cuanto miro,
Galatea, conviene!
   En vano, en vano intentas
las nubes deshacerme  10
que tu decoro manchan,
mis glorias oscurecen.
   Las que tú sombras llamas
son muestras evidentes
de mi abandono injusto,  15
de tu inconstancia aleve.
   De mi rival dichoso
yo vi la altiva frente
ornar de Amor el mirto,
las rosas de Citeres.  20
   Te vi por inflamarle
solícita prenderte
y al valle como loca
salir con solo verle,
   ciervilla apasionada  25
que con su furor vehemente
corre el monte y bramando
los aires ensordece;
   y vite al encontrarle
perdida embebecerte,  30
intérpretes los ojos
de tu pasión demente,
   con sus miradas tiernas
las tuyas entenderse,
con él gastar mil sales,  35
conmigo mil desdenes.
   En los canoros trinos
que al hielo mismo encienden
te oí por él las ansias
que yo escuché otras veces,  40
   y en tu nevado seno,
¡oh, nunca yo lo viese!,
de tu delirio insano
las señas aún recientes.
   ¡Y eres, ay, fementida,  45
la que jurarme sueles
que triunfará tu llama
del tiempo y de la muerte!,
   ¡la que por mí en tus cantos
dudas, recelas, temes,  50
o en flébiles sollozos
penada desfalleces!
   Injusta Galatea,
no más, no más intentes
con lágrimas y excusas  55
falaz entretenerme.
   No más, no más, perjura,
me tiendas ya tus redes;
los rayos de tus ojos
por falsos no me hieren.  60
   Cesó el encanto, Armida;
en vano por prenderme
artera en tu regazo
delicias mil me ofreces.
   Tus labios y tus ojos  65
fascinan dulcemente;
cuanto los dos afirman,
tu pecho lo desmiente.
   Conozco tu inconstancia;
conozco que no puedes  70
guardar ni un solo día
lo que falaz prometes.
   No, pues, tu voz profane
amores que no tienes;
ni a quien te amó tan fino  75
más, bárbara, atormentes;
   que el plazo no está lejos,
si el cielo no pretende
cual tú burlarme injusto,
en que el Amor me vengue,  80
   en que tu impuro incienso
su indignación desdeñe,
de su feliz morada
te arroje para siempre,
   y tú en desprecio llores  85
del mismo que hoy prefieres
lo nada que en él ganas,
lo mucho que en mí pierdes.




- XVI -


El rompimiento

ArribaAbajo   ¿Ves fósforo radiante
que en el cielo tranquilo
se enciende, corre y muere
en un momento mismo?
   Tales, oh Galatea,  5
por tu inconstancia han sido
mis aparentes dichas,
nuestro fugaz cariño.
   Inopinado al soplo
prendiose de un suspiro  10
que a tus dolientes ayes
exhaló el pecho mío.
   Corrió vivaz la llama
por todos los delirios
que en su embeleso sueña  15
Amor correspondido.
   Faltó por tus mudanzas
el pábulo a su brillo,
y súbito entre sombras
hundiose en el olvido.  20
   Con él de tu garganta
cesó el fatal prestigio;
y Amor que encendió el viento,
cual viento se deshizo.
   Quédate, pues, voltaria;  25
tus melodiosos trinos
a otro prendan que llore
mientras yo libre río.



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