—216→ —217→
Los aspectos proxémicos referidos en el título que antecede han corrido, como campo de estudio de la obra narrativa, suerte similar a la del ámbito genérico en el que pueden englobarse: el espacio novelesco. Campo de estudio éste de relativa desatención por parte de la moderna narratología (Bal, 1990: 101; Bobes, 1981: 309; Guijarro García, 1990: 268; etc.).
El aludido escaso entusiasmo de la narratología por estudiar los elementos espaciales en las narraciones contrasta con una más que notable atención por parte de otras disciplinas, desde hace no poco tiempo, a la relación del hombre con su espacio vital. Así, desde distintos frentes, que van desde la filosofía, atendiendo lo perceptivo-existencial del hombre con carácter general (Merleau-Ponty, 1993), hasta facetas humanas más específicas, como el arte (Panofsky, 1991), pasando por aspectos más genéricos de carácter cultural (Hall, 1973),110 se ha ido —218→ produciendo un ingente material sobre la relación hombre-espacio que podría complementar (Poyatos, 1985: 373) y hasta aportar principios básicos de análisis a las disciplinas de investigación literaria a la hora de estudiar el tratamiento espacial de las obras literarias.
Al respecto, es necesario reconocer determinadas convergencias, tanto de obras pioneras y más alejadas en el tiempo como la de Bachelard (1994) y la del mismo Hall citada, como las de más reciente cultivo que han cristalizado en una nueva disciplina como la antropología literaria, que tiene como uno de los más notables cultivadores a Poyatos (1994).111
Sin embargo, si bien el bagaje de datos y métodos aportados por determinadas disciplinas, sobre todo por la antropología cultural, constituyen un punto de partida valiosísimo y abren multitud de posibilidades de aplicación al estudio literario, como propone Romera Castillo (1994),112 falta a nuestro entender en estas aplicaciones, con cierta frecuencia, dar un paso más en la proyección de todo este material aportado por otras disciplinas al estudio literario; es decir, no debería ser suficiente, como ocurre a veces, que estudios que se presentan como literarios se limiten a detectar, con sistemáticas procedentes de la antropología cultural y en concreto de la antropología literaria, determinados códigos culturales, ya sean kinésicos, proxémicos, —219→ o de otro tipo, en las obras literarias, sino que, una vez detectados dichos códigos culturales, se trataría de dilucidar el papel semio-artístico que tales códigos espaciales, o de otro tipo, juegan en el todo semiótico y artístico que es la obra que se estudia, como proponen Poyatos (1994: 47-75) y Romera Castillo (1994: 182).
Bajo tal principio rector trataremos de hacer ver en esta ocasión que uno de los códigos espaciales, el proxémico, cumple el papel de ser una recurrencia más de la obra, contribuyendo así a la expresión del todo semiótico-artístico en que se constituye la novela, que en esta ocasión nos sirve de «corpus» de análisis: El Lazarillo de Tormes.
Dirigiremos nuestra exposición por el siguiente camino metodológico: en primer lugar, estableceremos y esbozaremos un elemento de carácter semántico totalizador de la novela; hecho esto, pasaremos a verificar que el tratamiento proxémico de la novela apunta a la expresión del elemento semántico totalizador propuesto. A la hora de proponer un enunciado descriptivo totalizador de la novela, optaremos por aquél con menor nivel de controversia. Al respecto, parece que hay común acuerdo en describir la macroestrutura semántica de la novela como un personaje cuenta cómo va haciéndose a sí mismo en sus propios acontecimientos. Esta macroestructura, equivalente a la fábula113 en una terminología más específicamente narratológica (Reis y Lopes, 1996: 142), se despliega en la intriga o trama (Reis, 1996: 125) a través de varias facetas.
Así, en la novela se registra una evolución física objetiva: Lázaro pasa de niño a adulto, y social, también objetivable, ya que Lázaro aparece integrado en una familia, pierde este encuadre social para convertirse en un mendigo itinerante y recupera su arraigo social (casa, matrimonio, oficio, lugar fijo de residencia). Paralelamente a estas facetas, transcurre la evolución personal interna del personaje que ha dado en sintetizarse por los estudiosos de la novela como «aprendizaje» o «escuela de la vida». Está claro que este aprendizaje de la vida (Guillén, 1988: 57 y 59) entraña una evolución psicológica, niño-adulto-pícaro, que se modula en relación con las experiencias de relación con los otros. Por esto, puede hablarse también de un aprendizaje social, es —220→ decir, Lázaro, en función de los acontecimientos, va modulando su conducta social hasta conseguir el acople deseado que generará la integración objetiva del final de la obra. Lo dicho implica claramente una dialéctica entre dos polos o elementos: Lázaro/alteridad; Lázaro, que se propone la integración, y los otros, que rechazan esta integración mientras Lázaro no module su conducta, mientras no adapte su conducta a las condiciones impuestas por los otros. En este ámbito cobran sentido determinadas concepciones de Bajtín (1991: 81), ya que esta dialéctica «yo»/ alteridad está presente en la voz única de Lázaro; única, en sentido empírico, pero preñada de la voz de los otros -todo un código socio-antropológico- que imponen sus condiciones ante el intruso.
Estamos de acuerdo con Guillén (1988: 59-65) cuando establece el comienzo del aprendizaje a la salida de Salamanca con el ciego, y que es a partir del capítulo tercero cuando Lázaro da muestras de haber concluido su período de aprendizaje.114
Aunque todas las facetas que conforman el aprendizaje global de Lázaro, es decir, su maduración personal, están íntimamente imbricadas, y referirnos a unas significa aludir también a las otras, nos centraremos fundamentalmente en la faceta del aprendizaje e integración social por ser la que mejor se aviene a la relación con el tratamiento proxémico. Como dice Hall (1989: 190):
Entendemos, pues, este aprendizaje social como un aprendizaje semiótico en consonancia con las ideas de Lotman sobre la cultura y la sociedad (1996), aprendizaje que en el personaje Lázaro va del no saber con consecuencias proxémicas de distanciamiento de los demás, hasta un saber que se acerca a los demás (tercer tratado), porque Lázaro ha comprendido que la sociedad en conjunto y la alteridad con la que entra en contacto en concreto se mueven por complejas contraseñas, por tácitos —221→ códigos -por ejemplo, el de las apariencias-, del cual es buen maestro el escudero. Más adelante incidiremos de nuevo en esta idea.
Resumiremos este esbozado contenido semántico del libro para que cobre más operatividad como punto de referencia en el posterior análisis: Lázaro, en cuanto a la relación con los otros, atraviesa dos fases, si prescindimos de la etapa, sin consciencia, de la primera niñez en que vive con su familia (Guillén, 1988: 64), y tomamos como punto de partida de su aprendizaje la toma de consciencia de su desarraigo: «... pues solo soy y pensar como me sepa valer» (96).115
Una primera fase de supervivencia física cuyo acercamiento a los otros es con carácter, digamos, depredador. Por consiguiente, hay en esta etapa un constante rechazo y una voluntad de alejamiento por parte de los otros: «Busca amo y vete con Dios» (128) le dice el cura de Maqueda al tiempo que cierra la puerta.116 Y, por fin, una segunda etapa de acercamiento logrado. Se observa en esta etapa (que comienza, como ya hemos dicho, en el cap. III) un cambio de conducta, un sometimiento a los códigos culturales -el de la apariencia, por ejemplo-, cuyo aprendizaje ha sido perfeccionado con el escudero117 y que va a practicar hasta el final de libro.
Estas dos fases encajan bastante bien en el esquema general propuesto por Bremond (1972) sobre los posibles narrativos, el cual transcribimos:
—222→En la novela que estudiamos y referente al encaje social del personaje, se dan los dos posibles narrativos de A: A1 y A2; dispuestos en la trama en orden inverso: A2-A1; es decir, hasta el tercer capítulo, la conducta depredadora de Lázaro es errónea para la integración y lleva al fracaso en la aproximación a los otros. A partir del tercer capítulo, se produce una actualización de su conducta que le reportará resultados, esta vez, favorables con la integración objetiva en el final del libro.
Esbozado y resumido en dos etapas el marco semántico totalizador de referencia, nos resta la última fase de análisis que deberá dar cumplimiento al propósito enunciado en los párrafos introductorios; es decir, verificaremos que existe un microcódigo proxémico que actúa, a través de una dinámica de oposiciones y correlaciones,118 como significante del juego dialéctico de las distancias mentales y de relación social entre Lázaro y los otros, juego de distancias que constituye toda relación humana como expone el antropólogo Marc Augé (1993: 17) al referirse a la relación espacio y alteridad (o identidad) con estas palabras:
Tras sistematizar mínimamente la evolución social de Lázaro, pasaremos ya a verificar que los recursos proxémicos contribuyen a la expresión de la dialéctica: Lázaro-alteridad, en sus dos etapas:
LÁZARO/ALTERIDAD. FRACASO.
LÁZARO HACIA LA INTEGRACIÓN.
—223→Sobre todo trataremos de establecer que la oposición A/B, es decir, fracaso/integración lograda, se marca con una oposición correlativa de carácter proxémico; fenómeno que puede sistematizarse de esta manera:
de manera que resulta la expresión: A - A1 / B - B1, la cual pasamos a verificar:
A. LÁZARO/ALTERIDAD: FRACASO EN LA INTEGRACIÓN
Esta etapa, que representamos con el signo / entre los dos elementos que entran en juego, queriendo indicar así qué relación entre estos dos elementos (Lázaro y los otros) es de oposición de conflicto y que desde una óptica propiana correspondería a la «función combate», comienza, como ya hemos establecido, a la salida de Salamanca. Allí, tras la burla del ciego, Lázaro toma consciencia de su situación y de la necesidad de guardarse de los otros, y así discurre interiormente: «... me cumple avivar el ojo, y avisar, pues solo soy y pensar como me sepa valer» (96). A partir de aquí surge la perentoria necesidad de la supervivencia, que conlleva la imposible aproximación armónica a los otros, porque, tal como ha encarrilado su vida el ciego, la supervivencia ha de ser a costa de los otros. Pero los otros tienen establecidas sus medidas de seguridad, fundamentalmente, la prudente distancia (Hall, 1973: 30-36) para evitar que un extraño parásito les arrebate lo suyo, medidas que se asientan sobre un código elemental pero efectivo: «si te aproximas demasiado recibirán tu daño». El tremendo dilema de Lázaro, pues, es que sabe -lo aprendió por primera vez al aproximarse —224→ al toro de piedra (que en realidad era una aproximación al ciego, puesto que confió en él)- que la excesiva aproximación a los otros produce daño y rechazo, pero no puede eludir dicha aproximación porque tiene hambre. De manera que su necesidad depredadora le hará repetir una y otra vez el esquema:119 aproximación a los otros (o a sus bienes) -daño- huida o expulsión.
Resulta curioso que el inicio de esta dinámica se produzca con la figura del toro120 porque, analógicamente, Lázaro está atrapado en el mismo dilema del torero, es decir, éste no puede conseguir lo que busca, el éxito, sino es en el riesgo del castigo por parte de su oponente.
Ampliaremos la relación descrita de Lázaro con los otros en la cual establecemos dos niveles de alteridad:
1. La sociedad en abstracto
2. La sociedad concreta de contacto (el ciego y el cura de Maqueda)
En el primer caso la distancia mental de Lázaro con la sociedad se corresponde con una marcada separación física, sobre todo, durante el tiempo que sirve al ciego, ya que éste es un mendigo itinerante e igual sesgo le afecta a Lázaro como servidor suyo. Lázaro y el ciego son, pues, dos permanentes forasteros: «al tercer día hacíamos Sant Juan» (104). El hábitat de la pareja de mendigos lo constituyen los caminos, las calles, las posadas...; es decir, lo que Augé (1996) llama «no-lugares». Por tanto, para los habitantes de los pueblos y de las ciudades que atraviesan, Lázaro y su amo son dos forasteros sin arraigo, dos extraños —225→ que viven parasitariamente. Desde esta óptica, puede establecerse la dialéctica Lázaro-ciego/alteridad y este mismo esquema de relación se reproducirá, como veremos, entre el ciego y Lázaro; es decir, para el ciego, Lázaro será el parásito depredador, el otro, el extraño con el que hay que tomar precauciones, aunque en este caso las distancias físicas se reducen ya que viajan juntos.
Durante el servicio al cura de Maqueda, cabe hablar de una prolongación de la situación anterior. Lázaro sigue siendo un desconocido, ahora en solitario, que el cura admite como criado. Las relaciones con el resto del pueblo apenas se nombran y, cuando se alude a ellas (los entierros), se realizan a través del salvaconducto del cura. La desconexión de Lázaro con la sociedad se pone de manifiesto en el hecho de que, cuando el cura lo despide, Lázaro queda en el más completo desamparo y cambia de lugar.
En el segundo nivel de relación, la alteridad está representada en esta etapa por el ciego y el clérigo, que constituyen toda posibilidad de contacto de Lázaro con la sociedad. La parquedad en detalles del narrador al hablarnos de las relaciones de Lázaro con la sociedad, entendida globalmente, queda contrarrestada con la profusión de anécdotas sobre la relación Lázaro-clérigo y ciego. Esto lo atribuimos a una estilística del libro que podríamos llamar de economía en el decir de Lázaro, es decir, puesto que se nos presenta la relación de Lázaro con la sociedad como isomófica con la relación que mantiene con el clérigo y el ciego. Esta relación, descrita con más profusión, informa sobre la otra.
Como hemos anticipado, Lázaro necesita la aproximación al ciego para obtener la comida. El ciego permite la aproximación, pero no por una voluntad de armonía; sencillamente, la aceptación de la proximidad no es otra cosa que una estrategia de trampas: desde el acontecimiento ya nombrado del golpe contra el toro de piedra, pasando por el incidente de las uvas en el que el ciego se vale de la aparente generosidad para conocer las intenciones de Lázaro, hasta los acontecimientos del jarrazo y de la longaniza. En todos ellos, la excesiva aproximación de Lázaro al ciego genera para aquél un daño no sólo físico, sino también psicológico, pues el ciego gustaba de contar a los demás las acciones de Lázaro, tal como éste nos cuenta:
santiguándose los que lo oían, decían: -Mira quien pensara de un muchacho tan pequeño tal ruindad; y reían mucho el artificio, y decíanle: -Castigadlo, castigadlo que de Dios lo habréis. |
(103) |
—[226]→
Actos estos del ciego de los que se deriva también, además de los daños citados, el social, pues, con su proceder, el ciego no hace sino alertar aún más a los demás sobre Lázaro, abriendo así, aún más, la brecha de la no integración con los lugareños y la brecha que separa a amo y criado, la cual llevará a la venganza de Lázaro, a pesar de no estar ausente en Lázaro el deseo de armonía: «y aunque yo quisiera asentar mi corazón y perdonadle el jarrazo» (102). Ejecutada la venganza, tras dejar maltrecho al ciego, se impone la huida. Lázaro alude a la distancia como elemento salvador: «y antes que la noche viniese di conmigo en Torrijos» (112); distancia ya invocada por Lázaro como alegato en el incidente de la longaniza: «¿Yo, no vengo de traer vino?» (107). Pero distancia salvadora y alegato de inocencia también devienen síntoma de imposibilidad de armonía con los otros: «no supe más lo que Dios del hizo, ni cure de lo saber», dice Lázaro (112).
Esencialmente, el mismo esquema se reproduce durante el servicio de Lázaro al clérigo de Maqueda. Las actitudes de precaución y de rechazo de la sociedad hacia el extraño son representadas, ahora, por la alteridad de contacto con Lázaro: el cura de Maqueda. Éste protege sus espacios con llaves y arcones, cuando no con la aritmética contando minuciosamente los panes: «nueve quedan y un pedazo» (19).
Lázaro se aproxima peligrosamente una y otra vez a la propiedad ajena. Cuando la violación del espacio del otro es descubierta, precisamente a través de una excesiva proximidad física de la que se deriva un tremendo castigo físico para Lázaro, ya que permanece tres días inconsciente como consecuencia de los golpes, como narra: «Al cabo de tres días yo torné en mí» (127). Resulta curioso que este castigo físico recaiga sobre Lázaro pensando el cura que está castigando a la depredadora serpiente; nos indica así el acontecimiento, en su equívoco, que no hay diferencias entre Lázaro y la serpiente. La alteridad se defiende contra el depredador, sea éste de la naturaleza que sea.
Recibido ya este castigo físico, lo que procede es el rechazo, poner distancia entre el peligro y el espacio propio, y así lo experimenta y narra Lázaro:
me tomó por la mano y sacome la puerta afuera, y puesto en la calle, díjome (...) y santiguándose de mí, como si yo estuviera endemoniado, se torna a meter en casa y cierra su puerta. |
(128) |
—[227]→
El código cultural se ha llevado a efecto: «quien transgrede el territorio de seguridad de otro con ánimo depredador, será castigado y rechazado».
Para recapitular lo dicho en este apartado, volvemos a aludir al esquema de Bremond, ya que se verifica uno de los posibles narrativos propuestos por este autor: conducta errónea -fin no logrado-. En efecto, Lázaro no consigue una armonía con la alteridad, pues sus necesidades básicas le convierten en un depredador; conducta ésta inapropiada porque genera desconfianza en los otros, que mantienen a Lázaro en una condición de extraño, con el que establecen distancias de seguridad. Cuando Lázaro invade estas distancias, se genera la dinámica: castigo -expulsión al exterior-.
B. LÁZARO HACIA LA INTEGRACIÓN
Como ya queda dicho, es a partir del tercer tratado cuando comienza a cobrar realidad del segundo posible narrativo de los propuestos por Bremond, ya aludidos páginas atrás; el cual consiste en la relación actualización de la conducta -fin logrado-. En efecto, ya en el tercer tratado se observan algunos cambios en la conducta de Lázaro; bien es cierto que su nuevo amo le hace entrar en un marco de convivencia más favorable a la armonía que el de los amos anteriores. Al respecto, cuenta Lázaro:
(142) |
Es así como Lázaro empieza a comprender y, por tanto, a aprender que en las interacciones humanas existen códigos de señales de cuya emisión e interpretación se siguen reacciones de acogimiento u hostilidad (Davis, 1989: 19).
La conceptualización de sujeto de Castilla del Pino,121 que transcribimos literalmente, ilustrará convenientemente la idea expuesta sobre —228→ el aprendizaje de Lázaro, idea, que a nuestro entender, es la clave de esta segunda fase de relación de Lázaro con los otros, que se caracteriza, proxémicamente, por la proximidad sin consecuencias de daño, ya que Lázaro va conociendo y usando las contraseñas-clave que le abren la puerta a las relaciones sociales que le convienen a sus propósitos. Dice Castilla del Pino (1992: 165):
Efectivamente, Lázaro empieza a cuidar las señales que emite a los otros, al escudero en este caso, al cual, cuando interroga a Lázaro, éste le contesta: «lo mejor que mentir supe» (131) y, cuando amigablemente el amo ofrece el jarro al nuevo criado, éste vuelve a mentir: «señor, no bebo vino» (134). Lázaro miente a fin de modular convenientemente su imagen y ser aceptado por el otro, pero también como mecanismo de defensa Castilla del Pino (1992: 116) lo describe en estos términos: «si el sujeto se expresara en su totalidad cada vez que funciona como tal, al no poder ocultar nada de sí carecería de defensas frente a los demás».
Lázaro miente, pues, como consecuencia del control que va teniendo como sujeto emisor de señales, sabedor ya de que la interacción entre sujetos se rige por un juego de envío-interpretación de señales externas. Ahora bien, este código interpersonal no sólo contiene señales verbales y, por tanto, no basta con modular una imagen determinada ante el otro mintiendo hábilmente: el código incluye otros ámbitos semióticos, entre ellos el de los actos y el de la apariencia externa.
Que Lázaro es consciente de que los actos también significan, se pone de manifiesto en el juego de intercambios122 que establece con el escudero. Lázaro dona al escudero su comida; de esta manera, el escudero, cuando obtiene algo de dinero, también lo comparte con Lázaro. Dice el escudero: «Toma, Lázaro, que Dios ya va abriendo su mano. Ve a la plaza y merca pan y vino y carne: quebremos el ojo al diablo» (145). Juego del intercambio que se hace también patente en el tratado —229→ sexto, aunque esta vez en su versión de código económico-social, desprovisto ya del componente emotivo de la relación con el escudero. En este caso Lázaro intercambia su trabajo por un salario. Lázaro ha abandonado sus maneras depredadoras y se muestra dispuesto a dar para recibir.
Precisamente, con el salario en la mano, Lázaro no espera para poner en marcha el otro código de señales referido, el de la apariencia externa: «... ahorré para me vestir muy honradamente de la ropa vieja. La cual compré (...) Desque me vi en hábito de hombre de bien...» (171). Ahora ya puede acercarse a los demás sin levantar sospechas ni hostilidad. Los resultados, según narra:
Con ello, la sociedad lo integra en su maquinaria; el segundo síntoma de integración será el matrimonio, y, por fin, la proximidad física, consumada cuando Lázaro consigue insertarse de forma estable en el mismo espacio físico de conveniencia de los otros. Las palabras de Lázaro atestiguan esto, cuando dice que el Arcipreste: «hízonos alquilar una casilla par de la suya» (175).
Casa, matrimonio y oficio: tres señas inequívocas de integración social objetiva.
Pero el Lazarillo no es un cuento folclórico por más que su autor se sirva de ese molde para su confección, sino una novela que refleja la vida en su conflictividad. Lázaro ya está dentro de la sociedad, y, como en la vida misma, no faltan conflictos entre los que pertenecen a la sociedad estable; Lázaro lo constata: «Más malas lenguas, que no faltan ni faltarán, no nos dejan vivir...» (175).
Lázaro defiende su territorio conquistado con armas que él mismo ha padecido cuando estaba afuera: «si vienes con malas intenciones, saldrás malparado». Paráfrasis nuestra, equivalente a las palabras de Lázaro: «cuando alguno siento que quiere decir algo della, le atajo y le digo: Mira si soys amigos, no me digáis cosa que me pese, que no tengo por amigo al que me hace pesar (...) yo me mataré con él. Desta manera no me dicen nada y yo tengo paz en mi casa» (176-177). Una prueba más de su aprendizaje social y de su integración, pues quien —230→ recibió tantas veces el castigo por haber invadido y perturbado territorios ajenos, está ahora en disposición de defender, de aquella misma forma, el suyo contra los que vengan a perturbarlo.
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