Semblanza crítica de Ángela Figuera Aymerich
Por Raquel Lanseros (Grupo PoGEsp-Universidad de Alicante)

Primogénita de una familia numerosa, Ángela Figuera Aymerich (Bilbao, 1902-Madrid, 1984) hubo de dedicar mucho tiempo al cuidado de sus hermanos menores, ya que su madre se encontraba delicada de salud. Su padre, natural de La Habana, era catedrático de la Escuela de Ingenieros Industriales de Bilbao, amante de la pintura y de la música. Como alumna libre, inició sus estudios de Filosofía y Letras en Valladolid y los finalizó en Madrid, ciudad a la cual se trasladó con su familia en 1930. Tres años más tarde, obtuvo una plaza como catedrática de Enseñanza Media, con destino en un instituto de Huelva.
Es importante destacar que su primer hijo murió al nacer, en un parto muy difícil, en 1935, pues el tema de la maternidad en toda su amplitud intelectual, emocional y humana se encuentra muy presente en su creación poética. Prácticamente en todos sus libros presenta poemas que aluden directamente al universo materno-filial y a la condición femenina, examinada desde el ángulo tanto personal como sexual o experiencial, cuestionando siempre el modelo de mujer impuesto en su época. Su segundo hijo nació pocos meses después de comenzada la Guerra Civil.
Tras el golpe de Estado militar su marido, Julio Figuera, se alistó a las milicias republicanas. En febrero de 1937 Ángela y su familia se trasladaron a Valencia, y allí fue destinada al Instituto de Alcoy. Tras la victoria franquista, y dada su afinidad con la causa de la República, la dictadura la desposeyó de su trabajo e incluso de su título universitario. Finalmente logró volver a Madrid, y desde 1952 trabajó en la Biblioteca Nacional, incorporándose asimismo al servicio de bibliobuses, que se ocupaba de llevar libros a la periferia de Madrid.
Coetánea de los poetas que conformaron la generación del 27, sin embargo no publicó su primer libro de poemas, Mujer de barro, hasta 1948, bien avanzada la quinta década de su vida. Y lo hizo al tiempo en que se daban a conocer dos grandes poetas vascos más jóvenes: Gabriel Celaya y Blas de Otero. Fue Emilio Miró quien denominó a Gabriel Celaya, Ángela Figuera y Blas de Otero como «el triunvirato vasco» de la poesía de posguerra, dentro de la considerada primera generación de la posguerra española, en la vertiente de poesía desarraigada y más específicamente socialrealista. Todo ello sucedía cuando muchos poetas de su generación histórica se hallaban en el exilio, y los que quedaban en España se organizaban como podían, muy limitados por la dictadura. Las publicaciones poéticas de Ángela Figuera tuvieron lugar durante un periodo relativamente breve de tiempo (menos de tres lustros), salvo un par de libros de poesía infantil que editó tras un silencio de casi veinte años.
En su primer libro, Mujer de barro (1948), la escritura de Ángela Figuera está transida de un velado erotismo y de una sensualidad que traspasa los límites de la maternidad. De 1949 es su segundo libro, Soria pura, que rinde un claro y lúcido homenaje al paisaje castellano y al gran poeta que lo había cantado tiempo atrás: Antonio Machado.
Su tercer libro, Vencida por el ángel, obtuvo el premio «Verbo» de 1949 y fue publicado en 1950. En él se manifiesta con contundencia el dolor que le causa el mundo que la rodea: la injusticia, la pobreza, la falta de libertad y la estrechez de miras de la España franquista. Le siguen El grito inútil en 1952 —galardonado con el premio «Ifach»— y Víspera de la vida en 1953. En ambos ahonda con alta lucidez en la opresión y en el estrecho papel que, como mujer, le correspondía mantener. También en 1953 aparece Los días duros, sexto libro de la autora, que incide en la negrura de la España franquista, con esa mezcla de angustia y humor que caracterizan la voz personal de Figuera.
Hasta 1958 no aparece su siguiente libro, Belleza cruel, en el que se reafirma su compromiso con la libertad y la denuncia de las condiciones de vida de los desfavorecidos. La propia autora, consciente de que un libro de esta naturaleza tendría problemas con la censura, decidió enviar el manuscrito a unos amigos en México. Allí le fue concedido el premio de poesía «Nueva España» por la Unión de Intelectuales Españoles de México. Belleza cruel se publicó con un riquísimo prólogo de León Felipe que causó un gran revuelo en España. Se trata de un libro completo en sí mismo, considerado por la crítica como su libro de plena madurez, sutil pero nítido y sincero en su denuncia.
En 1962 publicó Toco la tierra. Letanías, pleno asimismo de hondura visionaria, tras el cual la poeta guardará un largo silencio, solo interrumpido para publicar algunos poemas sueltos y, años después, dos libros de poesía infantil: Cuentos tontos para niños listos (1979) —editado primero en México y después en España— y Canciones para todo el año (1984).
Deslumbra y estremece una poeta cuyo compromiso con la verdad es incesante y diáfano, desde sus poemas más impregnados de intimidad lírica hasta sus poemas sociales más descarnados y solidarios. La palabra de Ángela Figuera Aymerich brota desde lo más profundo de la experiencia humana para denunciar la tiranía, sentir hombro con hombro con el prójimo y reivindicar siempre la belleza de la vida a pesar de cualquier circunstancia aciaga.
(2025)